...mirar de lado...mirarte de lado...por qué tiene que significar tanto, un simple hecho como inclinar la cabeza...algo tan simple, tan insignificante, deja de serlo cuando te miro...
Es el mismo caso...el otro día volvíamos de tomar medidas en el río. Era martes, día de mercado. A la vuelta, al ir hacia el coche, ambos nos quedamos mirando a un hombre mayor. Iba andando despacio, cargado con bolsas. Sus pies parecían saberse de memoria el camino a casa. Entre las bolsas, colgaban boca abajo unas flores. Un ramito insignificante de flores insignificantes. Era una imagen fuerte. El hombre tenía rostro pasivo. Ni triste, ni cansado. Pasivo, inexpresivo. Como cuando asumes algo en la vida que no deberías asumir. Como cuando te conformas. Como cuando te acomodas. Probablemente no le regalaría flores a su mujer a menudo. Pero en aquel instante, allí, no eran más que flores, no parecían ser algo especial por el hecho de ser infrecuentes. Eran algo físico. Sólo flores. Podías imaginar al hombre entrando en casa, entregando las flores a su mujer, sonriendo por dentro (su cara seguro que seguiría pasiva) al verla feliz. Pero aún con todo eso, seguían siendo flores. Eso suponiendo que eran para su mujer y no para una tumba. Tampoco podía descartarse. Pero no, era algo más que intuición. Y el no poder comprobarlo hacía que fuera más cierto.
Es el mismo caso...el otro día volvíamos de tomar medidas en el río. Era martes, día de mercado. A la vuelta, al ir hacia el coche, ambos nos quedamos mirando a un hombre mayor. Iba andando despacio, cargado con bolsas. Sus pies parecían saberse de memoria el camino a casa. Entre las bolsas, colgaban boca abajo unas flores. Un ramito insignificante de flores insignificantes. Era una imagen fuerte. El hombre tenía rostro pasivo. Ni triste, ni cansado. Pasivo, inexpresivo. Como cuando asumes algo en la vida que no deberías asumir. Como cuando te conformas. Como cuando te acomodas. Probablemente no le regalaría flores a su mujer a menudo. Pero en aquel instante, allí, no eran más que flores, no parecían ser algo especial por el hecho de ser infrecuentes. Eran algo físico. Sólo flores. Podías imaginar al hombre entrando en casa, entregando las flores a su mujer, sonriendo por dentro (su cara seguro que seguiría pasiva) al verla feliz. Pero aún con todo eso, seguían siendo flores. Eso suponiendo que eran para su mujer y no para una tumba. Tampoco podía descartarse. Pero no, era algo más que intuición. Y el no poder comprobarlo hacía que fuera más cierto.
No sentía nada. Ni pena, ni dolor, ni emoción. Nada. Eran flores. Insignificantes flores que podían tener un significado que yo no podía controlar. No dependía ni de mí ni de las flores. Dependía de otros. _Me sentí cómplice. No del significado. Cómplice de la existencia de aquel hombre. Mi mente lo había puesto en esa calle en ese momento y con esas flores. La causa de su existencia estaba en mi cabeza. (Y bien podía ser cierto si aquellas flores iban hacia una tumba). Era algo intermedio. El paso entre pensar (atribuir el significado) y ponerlo en práctica. No imaginaba, no suponía. Creaba la acción fuera de mí. Creaba y mi creación adquiría vida propia.
2 comentarios:
Muchas cosas, no sé si grandes o pequeñas, ven su punto de partida en una casualidad del pensamiento, y el pensamiento camina a través de casualidades de la vida.......digo yo.
cierto..continua necesidad de estímulos externos...digo yo ;-)
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